sábado, 7 de julio de 2007

15.- "Cristo estaba allí. Nos espera el día del Sacramento."

>
ASÍ CERRAMOS EL CURSILLO.

La pequeña reunión de Grupo.
La Alianza con Dios.
Tras la charla, y avisándonos que hoy la reunión sería muy corta pues faltaban muchas cosas que hacer, pasamos a nuestro rincón donde nos reuníamos cada noche con Carlos y Elena para dialogar el tema y con casi unanimidad todos dijimos que “no teníamos ni idea” de que el Sacramento fuera una tan maravillosa Alianza con Dios. Mónica nos confirmó que durante la preparación o Catecumenado de la Confirmación se habían definidos los Sacramentos todos como “encuentro con el Señor”, adhesión a Jesús en su persona y mensaje, unión de gracia sobrenatural con toda la santísima Trinidad.
Pero ver el Sacramento como una Alianza con Dios era para nosotros una visión de compromiso mutuo, Dios y nosotros, la pareja, que hacía del Sacramento una fuerza irrompible para la indisolubilidad y para el crecimiento continuo y ardiente del amor conyugal.
No pudimos hablar mucho más pues fuimos llamados a la puesta en Común de todos los grupos como cada noche.

La puesta en común:
Sara habla desde su fe. Es de los Focolares.
Primero hablaron dos secretarios de los grupos siete y nueve que vinieron a repetir lo de nuestra reunión. ¿Un Sacramento, una Alianza? Una Alianza, ¿Alianza de la pareja con Dios? Maravilla de las maravillas. Casi uno no se lo puede creer que Dios Padre “baje” tan cerca de sus hijos. Y luego, piensan muchos que Dios es el Gran Ausente del mundo y de la vida de los hombres. Menuda equivocación.
Terminó Sara. Es hija de un matrimonio de Focolares, un movimiento cristiano seglar, que quiere vivir en resumidas cuentas bajo la luz y el fuego, “focus”, fuego, del amor de Dios.
Yo, nos dijo Sara, siempre he vivido en la fe y desde la fe mi mente y mi corazón han visto todas las cosas y acontecimientos de mi vida. En nuestro hogar se respira Dios. Se reza, se le tiene presente, cuando trabajéis, cuando oréis, cuando hagáis cualquier cosa, dice más o menos San Pablo hacerlo todo en la presencia de Dios. Así lo he vivido. Así lo quiero y amo. Así me siento feliz cerca de mi Dios y nuestro Dios.
La fe ha sido para mí casi una costumbre y vivir el Evangelio el talante de nuestra familia. Por eso quiero en primer lugar garles infinitas gracias a mis padres por haberme educado y haberme libremente enseñado a vivir amando a Jesús.
Y esto es lo que quisiera comunicaros con amor y sin exigencia. Sólo como deseo ardiente de mi corazón. Formemos unos matrimonios y hogares cristianos, donde Dios padre sea norte, Jesús sea santo y seña, y el Espíritu del Amor, el fuego que arda con fuerza en todo el hogar. Vivamos con sencillez, con armonía y con respeto a todos los demás, creyentes o no y seamos para ellos “la sal de la tierra” como dice Jesús y al vivir nuestro amor matrimonial con ilusión, fuerza, naturalidad y dimensión sobrenatural, con sentido de trascendencia al más allá, con los pies muy fuertemente asentados en el suelo, pero buscando sierre el Reino de Dios y su Justicia, los demás puedan descubrir a Dios al preguntarse, “miar como se aman” y ver que la fuerza les viene de su Alianza Don Dios.
Os invito a uniros a nuestros Movimiento o a cualquiera otro de la Iglesia donde podáis vivir la fe en Comunidad, en hermandad, en Iglesia, y ayudaros unos a otros a seguir andando en camino de la vida con alegría, nunca solos pues porque “contigo por el Camino Santa María va”. Siempre Juan y yo, Sara os tendremos presente cuando recemos al Padre común y pediremos porque vuestro matrimonio sea un enorme éxito de unión, amor y convivencia. Si algunos os sentís llamados al final pedirme mi teléfono para charlar un rato otro día y explicaros cómo somos “los focolares”. Muchas gracias.
Solo te diré que me dolieron las manos de aplaudirle a Sara. Y a los demás creo que también.

La entrega de las tarjetas, la flor y los Evangelios.
Cuando terminamos las pequeñas y cortas reuniones de grupos de hoy ya nos habían pedido que al volver al salón general ocupáramos las filas de asientos por grupos seguidos con lo que a nosotros nos tocó en la primera fila de la sala. Por orden de grupo fuimos asando al fondo de la Sala mientras Herminia y Pablo traían una cesta enorme llena de rosas, con su papel de plata para no pincharse, y un montón de libros de “Los Cuatro Evangelios”.
Todos los monitores y charlistas, y Carmelo, el cura, habían formado un semicírculo delate, y Elena y Carlos con monitores del primer grupo, se pusieron en el centro, ella con una rosa en la mano y él con el montoncito de tarjetas de asistencia que debíamos entregar a nuestro Párroco para completar el expediente de la Boda.
Clara y Jorge, leyó Carlos, y mientras ellos del brazo avanzaban por el pasillo central, sonó la Marcha Nupcial en el salón y ellos acompasaron el paso. La flor para Clara, la Tarjeta para Jorge, con un sello por detrás con cada día de asistencia de cada uno, y los Evangelios para los dos. Un fuerte abrazo de Carlos a Jorge, un cariñoso beso a Clara, luego de Elena y al final de Carmelo con palabras de felicitación para ambos y de agradecimientos de ellos a sus monitores. Y así volvió a sonar la música para cada pareja hasta la última. Se oyó el nombre de Isabela y Juan Carlos, y ella alta, estirada y con un traje precioso, -algún amigo de cursillos anteriores le había avisado de la “ceremonia” y se había vestido hac doc, - avanzó con él que parecía que iban entrando ya en la Iglesia, mientras aún sonaban los aplausos con los que despedidos hasta sus asientos a Jorge y Clara.
María y Tomás fueron los siguientes. Tomás parecía que nunca se iba a desprender del abrazo a Carlos. Balbucía gracias por haber soplado en mi precaria y casi apagada vela y tener viva ahora la llama de la fe. María se estrechó contra Elena, pues como es María se siente muy cerca y amiga de ella.
Julia y Ernesto, que se casan ya, en junio, iban felices y contentos con una sonrisa él de llevarla del brazo, que parecía que estaban saliendo de su boda.
Luego sonaron nuestros nombres, Ana y José Carlos. Con que emoción avanzamos a recoger el penúltimo paso ara nuestra Boda. Tengo que decir que no me corté un pelo y en vez de un beso abracé con muchísimo cariño a Elena y Carlos. Gracias, gracias, gracias, es decía José Carlos. Que Dios os bendiga siempre a los dos juntos, nos deseó Carlos. Y guardo la rosa dentro de los Evangelios como señal del trozo de lectura que cada noche hacemos de él, desde ese día antes de despedirnos, y cuando estemos casados antes de cerrar los ojos para dormirnos.
La última pareja de nuestro grupo fue la pequeña y gran Mónica y el maravilloso y amable Francisco Javier. Sonreían y sonreían y parecía que Dios les traspiraba por los poros. Si les hubiera visto avanzar a un palmo del suelo sin pisarlo no me hubiera extrañado lo más mínimo.
Luego cogieron la vez los monitores del grupo dos y del tres, hasta el diez. Al final me dolían un poco las palmas de de las manos de tanto aplaudir a cada pareja. Quería que en mis aplausos la bendición del Sacramento les llegara al alma para siempre y que nunca jamás se separaran y vivieran con toda intensidad el amor, como yo en ese momento lo sentía desbordado hacia José Carlos.
Pero no se habían acabado las sorpresas. Cuando ya estábamos todos de nuevo sentados, todos los monitores y charlistas, formaron un semicírculo delante de la mesa de los “rollos” y se despidieron de nosotros:

Esta es la Iglesia de Cristo,
nos dijo el Coordinador, señalando a todos los Monitores y charlistas del Cursillo. Incluso el Sacerdote, también es Iglesia. (risas) Han dejado sus casas, sus hijos, sus tantas cosas que hacer en el hogar a la vuelta del trabajo, como vosotros. Una sola razón tiene: se sienten hermanos vuestros y han venido a compartir con ustedes, la fe en el Señor y su buena nueva sobre el Matrimonio. A compartir también que fu y que es para sus parejas el Sacramento y cómo les ha ayudado la Alianza con Dios a vivir su amor y su unidad indisoluble y total, a fundar y crear un hogar donde se respire a Cristo como Dios y como Hombre y donde sus hijos puedan vivir con alegría el ser hijos de Dios en la libertad y responsabilidad que da y exige el amor filial y fraternal.
Id y decid a vuestros amigos que habéis visto cómo los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan y saltan, los leprosos quedan limpios y su piel vuelve a ser como la de un recién nacido, acaso algunos de ustedes que entró con la fe dormida y casi muerta, no ha vuelto a nacer en el amor a Dios y en la fe a su Iglesia, y os ha resonado amorosa la Palabra de Dios, Jesús, la palabra del Padre, a los pobres. Entrasteis quizás pobres, porque quién más pobres que el que no tiene a Dios, y volvéis juntos en pareja llenos de amor y de alegría a formar un hogar cristiano. Otros traíais a Dios fuerte en vuestro corazón y se ha renovado y enriquecido la vida y la fuerza de vuestro amor.
Gracias, mil gracias a todos porque nosotros también nos enriquecemos al ver la ilusión con que queréis vivir vuestro Matrimonio cristiano, nadie os a obligado a elegir el Sacramento en vez de la boda civil, o lo habéis visto con mayor luz, y es como una inyección de esperanza lo que recibimos de ustedes. Perdón, mil veces perdón, porque quizás no hayamos estados tan entregados o llenos d Dios para trasmitiros la fe en el Señor Jesús, y sabed y tened por seguro que aquí tenéis unos verdaderos amigos y más que amigos hermanos para todo lo que necesitéis. En la hoja que se os dado con los Evangelios están los teléfonos y direcciones de todos los de vuestro grupo y de vuestros monitores. Poneos en contacto alguna vez, con necesidad y sin necesidad para darles noticias de vuestra pareja. Un abrazo fuerte de todos y hasta siempre. Que Dios y María la Madre de Dios y madre nuestra os bendiga y os guarde.

El himno de la Alegría.
Al terminar Carlos hicimos un amplísimo semicírculo todas las parejas cogidos de las manos alrededor del salón. Las luces se fueron apagando poco a poco y sólo quedaron los dos focos rojos que alumbran el gran e imponente Crucifijo que hay encima de la mesa de los charlistas o ponentes.
Se hizo un silencio impresionante y la sala se llenó de la música del Himno de la Alegría, creo que de la novena de Bethoven.
Cuando de pronto entró a cantar la voz medio cascada de Carmelo que siguió enseguida con fuerza la maravillosamente modulada de Mónica y luego de todos nosotros.

Escucha hermano la canción de la alegría,
El canto alegre con que anuncia un nuevo día.
Ven, canta, sueña cantado, vive soñado un nuevo sol,
En que los hombres volverán a ser hermanos.

Aquí levantamos todos al cielo y al Cristo crucificado que os presidía nuestros brazos unidos por nuestras manos enlazadas y repetimos la estrofa.
Ven, canta, sueña cantando, vive soñando un nuevo sol,
En que los hombres volverán a ser hermanos.

Sentí la mano prieta de José Carlos sobre la mía a la derecha y la de Elena fuertemente cogida a mi izquierda. Rompimos todos en un aplauso cerrado y caluroso a la nueva hermandad que corría ya de nuevo por las venas de todos los presentes y hacia el Cristo que parecía sonreír y bendecirnos.
Yo tenía los ojos algo empañados en lágrimas de emoción y amor y miré a Mónica que estaba muy cerca y que tampoco podía contener las suyas, mientras apretaba sus manos con Francisco Javier y con Carlos al otro lado.
Sí es necesario que nazca un nuevo sol y un nuevo día en el corazón de todos los hombres, sin distinción de raza, color, creencias, cultura y posición, pero es necesario que empiece con fuerza en todos los que nos llamamos cristianos que nos sabemos hijos de un mismo Padre, Dios.


El Padre nuestro y la bendición de Carmelo.
Volvieron las luces y la voz de Carmelo sonó maravillosa.
Padre nuestro, y todos seguimos con fuerza y con convicción, con fe y con amor, con sinceridad y con verdad, con cariño y hermandad, que estás en los cielos.
Santificado sea tu nombre,
Hágase tu voluntad,
Así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
Y perdona nuestras ofensas
Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Y líbranos del mal. Amén.

Nunca había rezado yo un “Padre nuestro” con tanta fe, con tanta convicción de que mi oración era lo más profundo que había en mi corazón. Paladee lo de “padre” al dirigirme a Dios. Se me deshizo en a boca el saber que era “nuestro”, de todos, y de todos por igual, porque en Dios “no hay acepción de personas” como dice Pablo, que se me quedó muy gravado en la mente cuando se lo oí a Don Vicente en un sermón,
“hágase tu voluntad”, Señor que todos los aquí presente en nuestros matrimonio hagamos siempre tu voluntad, y que cada día, no cada semana ni cada mes ni cada año, sino cada día, para que tu Providencia se haga presente cada día en nuestras vidas sepamos ver que eres Tú mi Dios y Padre, el que nos dan el pan.
Que sepamos perdonar de corazón olvidando y volviendo a vivir de nuevo.
Al mismo tiempo que Carmelo nos bendecía Juan, que es Capellán militar pero que viene a ayudar en los cursillos y destá siempre que no puede estar Carmelo. Es como Carmelo, nos han dicho Carlos y Elena, un Sacerdote entregado, bueno y cariñoso, que no tienen más pasión que hacer el bien y llevar a Cristo a todos. A Juan en el Cuartel del que es Capellán le quieren mucho. Lástima nos dijo Carlos riendo que siempre cuente los mismos chistes y siempre igual de malos como el que os contó al saludaros de El Gaitero y La Viuda.

El pequeño guatequillo.
Después de rezar el “Padre nuestro” volvimos todos cada uno a su pequeño grupo que yo llamó ya mi “Pequeña Iglesia de hermanos”. Ya todo eran charlas, comentarios, saludos y palabras de encuentro.
Se descorcharon las dos botellas de Sidra, “la casa no da para más”, nos dijo Elena, la sidra, unas patatillas y unos cacahuetes, y se llenaron los pequeños y alargados vasitos de plástico. Creo que nunca he bebido en copa de cristal tan deliciosa ni cava tan sabroso y regodeante. De pie brindamos todos. Todos formulamos un profundo y casi unánime deseo: la felicidad, el amor profundo y mutuo, el crecimiento en el amor, que cada día os queráis más, que lo que Dios ha unido, lo una más y más la pareja humana, la mujer y el hombre. Mónica, y aquí empezó a suavemente distinguirse Mónica, nos deseó que la amistad que había nacido “bajo el signo de Jesús” en estos cursillos, nos uniera como hermanos fuertemente para siempre.
Nos sentamos, fuimos sacando las pequeñas cosas que habíamos traído para compartir, sobró de todo, Isabela trajo un croquetas riquísimas, María unos pasteles, Mónica una ensaladilla, nosotros una empanada de atún de La Veguetilla y Chiara un dulce típico de Italia, de Roma, hecho por ella. Julia nos trajo unos paquetes de chucherías y caramelos para endulzarnos la vida y entre risas, charlas, contarnos cosas, desear vernos, comprometernos a ir a las bodas, completar las fechas y los teléfonos y mil cosas más se nos pasó el tiempo volando. Elena nos pidió que contáramos al menos por encima como nos habíamos conocido y cuando fueron naciendo nuestras historias yo pensé cómo Dios y su amor, a quién llamo Providencia, va escribiendo derecho con nuestros renglones torcidos y como en su plan, de amor, hace que nos encontremos y nos conozcamos cuando está de su mano y nosotros no torcemos los suyos.


Despedida, abrazos y besos.
Los abrazos entre nuestros novios, y los besos entre las novias fueron interminables. Parecía que había que arrancarnos a los unos de los otros. Salíamos de un abrazo fuerte para entrar en otro más prieto y mayor. Suplicábamos a los demás el volvernos a ver y nos prometimos solemnemente volvernos a ver al día siguiente, sábado, en la Misa de ocho en El Madroñal, en la Parroquia. Nos dimos mil veces los teléfonos, el día probable o fijo ya de nuestras bodas, promesa de asistir sin faltar ninguno, Ana no dejes de ir mañana con José Carlos a la misa, quiero halar contigo, Mónica, María nos vemos mañana ¿verdad? , Isabela que ganas de que nos cuentes algo más de Juan Carlos y de cómo lo pescaste, Clara donde está vuestro Estudio de Arquitectura, quiero pasar por él, Tomás, para charlar con vosotros, Julia, cuando te vas a Madrid, te veremos hasta entonces, y en Madrid ya tenéis casa, posada y fonda a toda pensión, y así más y más. Creo que el abrazo que le di a Elena, cuando me musitaba casi llorosa, gracias al oído no terminaba nunca. Cuando se lo día a Carlos me encontré en los brazos de Jesús pues a través de él mi vida ha cambiado y se ha llenado en plenitud de Dios y de amor.
¡Cómo en tan solo cinco noches de no conocernos hemos podido llegar a ser tan amigos! Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, PADRE, puede hacer que nos sintamos con tanta fuerza HERMANOS.

Cuando me dejó José Carlos en la puerta de mi casa le eche con fuerza casi infinita los brazos al cuello, lo apreté contra mi con todas mis fuerzas, le di un beso fuerte, fuerte y amoroso en sus labios, y le susurré con todo mi amor, José Carlos, te quiero. Todo fue devuelto como en el Evangelio el ciento por uno, por el hombre más maravilloso que Dios ha creado desde Adán, y que en generosa y gratuita Providencia me entregó a mí para compartir la vida. Gracias, Señor. Hasta mañana, mis amigos. Hasta mañana José Carlos. Hasta mañana, mi querido y entrañable Diario.

>

No hay comentarios: