sábado, 7 de julio de 2007

05.- "La espera apasionada."

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Mi Diario treinta y uno de enero de 2003
La sexualidad regalo de Dios.

Hoy, querido Diario, al salir de la ducha, me he quedado mirándome, desnuda entera, en el gran espejo del cuarto de baño, el espejo de los acicalamientos, como le llama mi hermano Juanje.
Dios y mis padres me han dado un cuerpo atractivo, bonito y hasta sensual, diría yo, sexualmente atrayente. He sentido, de pronto, que el amor se me hacía deseo, el deseo pasión, la pasión, atracción vehemente, atracción ardiente de sentir su carne en mi carne, de comulgar su cuerpo en mi cuerpo, su persona en mi persona, su amor en mi amor.
He tenido que volver a la ducha, a una fría, helada y larga ducha, para calmarme.
El amor es paciente, dice San Pablo. También en este sentido, ¿verdad Pablo? No solamente soy cuerpo, alma y cuerpo, persona.
Cristo, también lo fue. Persona divina, la segunda de la Trinidad. Por eso su sexualidad, nos dijeron en clase de moral, estaba totalmente sometida a su razón. Y María, su Madre, también fue persona con alma y cuerpo. María, la sin pecado concebida, “la sin pecado”, la “plena” de gracias, al ser concebida y nacer incólume, tampoco debía sufrir las consecuencias “pecaminosas”, tendenciosas, desestabilizadoras del pecado. Sí, como Jesús, asumió su naturaleza humana en plenitud de dones y limitaciones, todo lo humano menos la ofensa a Dios. Asumió el sufrimiento, la angustia, el dolor, el cansancio, la tristeza, y la muerte, aunque de ésta la liberó su hijo en forma de asunción al cielo, lo que los cristianos llamamos el “tránsito” de María. Y los apóstoles y los santos también fueron y son alma y cuerpo. Y todos los Santos. Y José Carlos, gracias a Dios. Y yo. Un alma inmortal y un cuerpo que está destinado a ser glorioso como el del Señor. ¡Cómo va a ser malo el cuerpo, jansenismo puro, si Cristo lo asumió en su persona divina, si está destinado a ser glorificado como el de nuestro Maestro y Señor!
Y estos deseos de mi cuerpo han de ser pacientes y conservarme limpia y pura, ¡qué poco se lleva ya esta palabra y cómo la han prostituido!, en el crisol del amor hasta el día de mi entrega total a José Carlos, el día de nuestra boda. Esta parte de mi amor, el amor carnal y sexual, es parte de mi entrega personal y de mi donación a él en el Sacramento y es en ese día y momento cuando se va a realizar. Has sido Tú, Señor, te lo recuerdo, quién has puesto esta fuerza creadora y maravillosa, ardiente y apasionada, en mi cuerpo, para crear unión y si es tu voluntad, hijos tuyos. Yo sé que no me lo reprochas porque el sentir no es el consentir y dejarse llevar. Simplemente te doy gracias por sentirla y por sentir que está ahí, a la espera ilusionada, como parte de mi entrega en el Sacramento a quien será toda mi vida, a José Carlos, en la esperanza que se haga abierta primavera.
Gracias, Señor Jesús. Gracias, Padre y Creador de todas las cosas. Gracias, Padre nuestro que estás en los cielos y en el fondo de mi corazón. Gracias, Espíritu de Vida porque Tú sólo eres amor. Gracias, Dios, mi Dios.
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