viernes, 21 de diciembre de 2007

02.- “La romántica declaración de José Carlos.”

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Mi Diario a diecisiete de enero de 2003.
Fue el domingo 29 de octubre de 2000.

Han pasado ya, desde que nos conocimos, algo más de seis meses paseando por la Avenida Mar Adentro, junto al mar y el azul del cielo, o en “Las Cañadas”, otro de nuestros lugares preferidos, sentados en algún banco o recorriéndola despacio y por otros mil sitios más. Desde mañana, cogidos de la mano. Siempre juntos.
Pero el domingo pasado me invitó José Carlos, ¿qué querrá éste?, a pasar el día, juntos en el campo. Yo me encargué de unos bocadillos de tortilla francesa, un pequeño aperitivo de queso curado y unas patatillas honduladas. Él llevó unos refrescos, no quisimos vino ni cerveza por lo de conducir, unos dulces, tartaletas riquísimas de postre, y una caja, malvado, con lo que engordan, de riquísimos bombones. Llevaba todo en una bolsa de viaje que para mí era excesivamente voluminosa. Así comeríamos juntos en el monte.
Tras la Misa en San Mateo, que ya es tradición, y la Comunión, nos quedamos un poquito más en la Iglesia para dar gracias. Juntos, el uno junto al otro, de rodillas, recogidos, sin mirarnos, pero sabiéndonos al lado, le di gracias al Señor, por haberlo conocido. Te he de confesar, mi querido Diario, que me es mucho más grato recorrer todos los beneficios recibidos durante la semana, y dar gracias a Jesús que hacer una retahíla de peticiones. Incluso cuando le pido algo, es tras un acto de agradecimiento o comentario con Él. Mira, le digo, ayer me dejó algo preocupada mi abuela. Tenía un dolor continuo en un costado. ¿Qué te parece que es? Tú la quieres mucho, porque siempre la has mimado mucho. No me la dejes ahora, ¿eh?
Algunas veces José Carlos desliza la mano por el reposabrazos del banco, la mete suave por debajo de mí apoyado codo, me roza suavemente mi mano y me la aprieta un poco. Sé que está dando gracias por haberme conocido, por habernos encontrado, porque Dios cruzara nuestras vidas.
Luego, ya en el coche, nos fuimos dando un paseo hasta “Los Tilos de Moya”, y tras caminar un rato y admirar el paisaje, los tilos hacia el valle como un mar verde, al fondo el azul mar, quieto y en calma, inmenso, impresionante, confundiéndose con el cielo allá por el horizonte, seguimos hasta “La Cumbre”.
Llegamos hasta el Roque Nublo, allá cerca de “El Fraile sentado”, caminando hasta sus pies. Y un poco más allá en una roca, la peña del amor, la llamaré siempre, nos sentamos.
Estaba muy callado, como si estuviera tomando fuerza para algo, pues yo sentía que estaba un poco en tensión.
De pronto se levantó, muy serio, pero sonriente. ¿Me entiendes? Se puede hacer una cosa en serio, muy en serio, sin perder la sonrisa. De la bolsa mochila que había llevado, ahora comprendo porqué tan grande, para no estropearlas, sacó un ramo de rosas rojas precioso.
Puso una rodilla en el suelo delante de mí, como un caballero andante, me cogió una mano me la besó con un beso suave de adoración, y me dijo: Te quiero, Ana. Te quiero desde el primer momento que te vi.
Y con la otra mano fue poniendo una a una las rosas rojas del ramo en mi mano libre y añadió:
Esta rosa roja es el símbolo de que te amaré siempre.
Esta de que estaré siempre a tu lado.
Esta de que te mimaré siempre.
Esta de que te ayudaré siempre
Esta otra, mi querida Ana, de que seré solo tuyo y te seré siempre totalmente fiel.
Esta de que sólo veré por tus ojos, y amaré la vida con tu mirada.
Esta de que quiero vivir contigo todos los días de mi vida.
Esta de que deseo ardientemente que seas la madre de nuestros hijos.
Y ésta, la más hermosa, porque deseo y anhelo más que nada en el mundo que amemos juntos a Dios, y que Dios nos ame juntos, como pareja de hijos suyos.
Yo tenía las lágrimas en los ojos. Llenos, llenos, llenos. Yo tenía el gozo en el corazón. Lleno, lleno, lleno. Yo tenía la alegría a flor de piel y el alma estremecida por la emoción, los sentimientos y el amor. Sí, el amor me rebosaba por toda mi persona y me salía a borbotones hacía él.
Me puse en pie. Lo levanté tirando suavemente de su mano, con la que aún tenía cogida la mía. Quedamos unos segundos uno frente al otro, muy cerca y mirándonos a los ojos. Los suyos brillantes por la emoción y quizás con ribetes de lágrimas de alegría. Los míos por el desbordamiento de mi corazón. Caí en sus brazos y nos abrazamos fuertemente.
Muy fuertemente, dejando caer a su espalda las rosas rojas del amor. Mis labios buscaron sus labios mientras su boca buscaba mi boca. El beso fue casi eterno. Recogí con cuidado amoroso todas y cada una de las rosas rojas. Luego permanecimos juntos, muy juntos, cogidos de la mano y sin decir nada, simplemente gozando el amor, el amor vivo hecho realidad en nuestras vidas.
El paso su brazo por mi espalda y yo recliné mi cabeza en su hombro. Hablamos, callamos, que era otra forma de hablar, y volvimos a charlar que era otra forma de callar y comunicarnos.
Creo que era ya muy tarde cuando alegremente me dijo. El amor, ¿no te da hambre? Y riendo, jugando a mirarnos y de vez en cuando a hacernos una caricia, nos fuimos a comer el bocadillo de tortilla, el aperitivo y a tomar el refresco, el dulce y algún que otro bombón, aunque engorden. Qué prosaico, ¿verdad? Pero todo estaba muy bueno. Luego nos echamos un rato boca arriba mirando el cielo en la leve yerba bajo los pinos, nos dimos un breve y hermoso paseo, hermoso porque estabas tú, José Carlos, y nos volvimos felices a casa.
Ya somos novios. Ya somos novios.
He de confesarte que ya nos habíamos besado una vez sentados en un banco en “Las Cañadas” frente a “Las Cumbres” Fue casi un tímido roce. Este sí que fue un beso.
Que maravilloso poder decir “José Carlos y yo somos novios.” Cómo mola el alma y llena el corazón. Papá, mamá, hermanos, amigos, amigas, os presento a José Carlos, mi novio.
¿No fue romántica, muy romántica la declaración de José Carlos, mi querido Diario?
Quizás a alguien le haga sonreír. A mí no me importa lo que otros piensen. Yo la guardo en el alma como una reliquia, un maravilloso recuerdo, uno de los momentos más felices de mi vida de tantos como tengo que agradecer a Dios.
Cómo le quiero. Un beso, Ana.
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